La Iglesia hace memoria hoy de San Pío de Pietrelcina o "El Padre Pío" (1887-1968), presbítero de la Orden de Hermanos Menores Capuchinos que vivió conventualmente en San Giovanni Rotondo. Destacaba como sacerdote por sus Eucaristías (multitudinarias) y por el sacramento de la Penitencia (venían a buscarlo para confesar a cualquier hora desde cualquier parte de Italia), además de fenómenos extraños como el don de la bilocación o la presencia de los estigmas de la Pasión de Cristo. Todo ello provocó envidias, incomprensiones e incluso sospechas que le provocaron muchos sufrimientos. Una vez muerto comenzaron las peregrinaciones y la sucesión de milagros inexplicables atribuidos a su intercesión. Finalmente la Iglesia reconoció su santidad a través de su beatificación (1999) y canonización (2002). Copio para la meditación las palabras de Pablo VI tres años después de su muerte:
“¡Mirad qué fama ha tenido, qué clientela mundial ha reunido en torno a sí! Pero, ¿por qué? ¿Tal vez porque era un filósofo? ¿Porqué era un sabio? ¿Porqué tenía medios a su disposición? Porque celebraba la Misa con humildad, confesaba desde la mañana a la noche, y era, es difícil decirlo, un representante visible de las llagas de Nuestro Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento”
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