La Iglesia celebra hoy a San Vicente Ferrer (1350-1419), presbítero español de la Orden de Predicadores que realizó un anuncio del Evangelio y una llamada a la conversión por gran parte de Europa de manera incansable. Copio de su biografía algunos datos interesantes referentes a su predicación:
Sus sermones se prolongaban durante varias horas seguidas, pero nadie daba muestras de cansancio. Tenía la capacidad de mantener la atención en el auditorio con el tono y modulaciones de su voz. Pero, sobre todo, con la pasión que ponía en lo que decía. Huyendo de lenguajes artificiosos y recargados, supo traslucir a Dios. ¿Cómo? Orando. Es la clave de todos los santos. Antes de predicar se retiraba durante varias horas. Y la gracia se derramaba a raudales. Cada persona se sentía particularmente interpelada e invitada a vivir el amor a Dios. Las conversiones eran públicas, y los penitentes no se avergonzaban de reconocer sus pecados ante la concurrencia. Muchos sacerdotes le acompañaban para poder confesarlos a todos. Alabanzas, lágrimas de arrepentimientos, rezos…, eran el broche de oro de cada una de sus intervenciones.
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