Celebramos hoy a San Anselmo de Canterbury (1033-1109), santo italiano obispo y Doctor de la Iglesia que desarrolló su labor en Italia, Francia e Inglaterra. Fue un genio de la Metafísica y de la Teología, aún sabiendo que el contacto con Dios no se encuentra solo en los libros sino sobre todo a partir de la experiencia. De ahí su famosa frase: "Haz, te lo ruego, Señor, que yo sienta con el corazón lo que toco con la inteligencia". Sus últimas palabras antes de morir fueron estas: "Allí donde están los verdaderos goces celestiales, allí deben estar siempre los deseos de nuestro corazón". Copio para la meditación el argumento ontológico con el que pretende demostrar de manera racional la existencia de Dios:
1. Si nos ponemos a pensar en la cosa más grandiosa tal que nada más grandioso (perfecto) pudiera pensarse nos viene a la cabeza la idea de Dios. Parece evidente que Dios es lo máximo pensable.
2. Entonces, como mínimo, Dios existe en mi mente (o entendimiento) ya que puedo pensar en él, es un contenido mental; pero si existiese además fuera de él (en la realidad) sería aún más grandioso (perfecto). Si tenemos dos objetos, uno que existe y otro que no, parece lógico afirmar que el que existe es más perfecto que el que no existe. La existencia es un atributo de perfección.
3. Si Dios sólo existiera en mi mente cabría pensar en otro ser superior a él que existiera también en la realidad. Pero como Dios es lo máximamente pensable (lo más perfecto que cabe concebir) ha de existir también en la realidad ya que si no no sería lo máximamente pensable. Ergo, Dios necesariamente ha de existir.
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