martes, 2 de abril de 2019

San Francisco de Paula

La Iglesia celebra hoy a San Francisco de Paula (1416-1507), santo italiano ermitaño y fundador de la Orden de los Mínimos. Terminó sus días en Francia en la corte del rey como director espiritual. Como ermitaño decidió vivir una "cuaresma perpetua" llena de privaciones y penitencias. Copio para la meditación su carta "Llamada a la conversión", propia para la Cuaresma en la que estamos inmersos:


Huid del mal, rechazad los peligros. Nosotros, y todos nuestros hermanos, aunque indignos, pedimos constantemente a Dios Padre, a su Hijo Jesucristo y a la Virgen María que estén siempre a vuestro lado para salvación de vuestras almas y vuestros cuerpos.

Hermanos, os exhorto vehementemente a que os preocupéis con prudencia y diligencia de la salvación de vuestras almas. La muerte es segura y la vida es breve y se desvanece como el humo.

Centrad vuestro pensamiento en la pasión de nuestro Señor Jesucristo, que, por el amor que nos tenía, bajó del cielo para redimirnos; que por nosotros sufrió toda clase de tormentos de alma y cuerpo, y tampoco evitó suplicio alguno. Con ello nos dejó un ejemplo soberano de paciencia y amor. Debemos, pues, tener paciencia en las adversidades.

Deponed toda clase de odio y de enemistades; tened buen cuidado de que no salgan de vuestra boca palabras duras y, si alguna vez salen, no seáis perezosos en pronunciar aquellas palabras que sean el remedio saludable para las heridas que ocasionaron vuestros labios: por tanto perdonaos mutuamente y olvidad para siempre la injuria que se os ha hecho.

El recuerdo del mal recibido es una injuria, complemento de la cólera, conservación del pecado, odio a la justicia, flecha oxidada, veneno del alma, destrucción del bien obrar, ¡gusano de la mente, motivo de distracciones en la oración, anulación de las peticiones que hacemos a Dios, enajenación de la caridad, espina clavada en el alma, iniquidad que nunca duerme, pecado que nunca se acaba y muerte cotidiana.

Amad la paz, que es el mayor tesoro que se puede desear. Ya sabéis que nuestros pecados provocan la ira de Dios; arrepentíos para que os perdone por su misericordia. Lo que ocultamos a los hombres es manifiesto a Dios; convertíos, pues, con sinceridad. Vivid de tal manera que obtengáis la bendición del Señor, y la paz de Dios, nuestro Padre, esté siempre con vosotros.

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