La Iglesia hace memoria hoy de San Atanasio (295-373), obispo de Alejandría y Doctor de la Iglesia nacido en Egipto y que sufrió numerosas persecuciones y destierros por defender la fe ortodoxa frente a la herejía del arrianismo, que sostenía que Cristo no era Dios por naturaleza. Para definir este punto de la fe, se convocó el Concilio de Nicea, al que Atanasio acudió como diácono y tras refutar en todos sus puntos a Arrio fue proclamado poco después obispo. Copio para la meditación una parte de su exposición:
Nosotros no adoramos a una criatura. Lejos de nosotros tal pensamiento, que es un error más bien propio de paganos y de arrianos. Lo que nosotros adoramos es el Señor de la creación hecho hombre, el Verbo de Dios. Porque aunque en si misma la carne sea una parte de la creación, se ha convertido en el cuerpo de Dios. Nosotros no separamos el cuerpo como tal del Verbo, adorándolo por separado, ni tampoco al adorar al Verbo lo separamos de la carne, sino que sabiendo que «el Verbo se hizo carne», le reconocemos como Dios aun cuando está en la carne
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