La Iglesia hace memoria hoy de San Crístóbal Magallanes (1869-1927) y 24 compañeros mártires mexicanos más, martirizados todos ellos entre 1915 y 1937. Tras llegar Carranza al poder en 1914 y redactarse una constitución anticlerical en 1917, comenzó una persecución en la que se destruyeron iglesias y se prohibió el culto cristiano en todo México. Tras unos años de tregua en 1925 con el presidente Calles vuelven a arreciar las persecuciones, tras la que el pueblo mexicano se rebeló en un levantamiento armado llamado de los "cristeros". En 1929 se consiguió una paz más o menos estable aunque siguió habiendo mártires hasta unos años más tarde. 25 de ellos fueron canonizados por San Juan Pablo II en el año 2.000, siendo 22 de ellos sacerdotes y 3 laicos. De todos ellos se demostró que no participaron en la lucha armada, sino que fueron asesinados simplemente por defender la fe católica. En este Blog ya comentamos el martirio de Santo Toribio Romo el 25 de febrero. Hoy copio para la meditación un resumen de la biografía del primero de ellos, San Cristóbal Magallanes:
El 21 de mayo de 1927, mientras desempeñaba sus labores apostólicas dentro de su circunscripción eclesiástica, un grupo de militares, encabezados por el general de brigada Francisco Goñi, capturó al párroco; ese mismo día el encargado del seminario de Totatiche, presbítero Agustín Caloca, también fue aprehendido. Acusado de sedición, el párroco desmintió los cargos presentando un artículo de su puño y letra, publicado un poco antes, donde exhortaba a sus feligreses a mantener la calma: “La religión ni se propagó ni se ha de conservar pro medio de las armas. Ni Jesucristo, ni los apóstoles, ni la Iglesia han empleado la violencia con este fin. Las armas de la Iglesia son el convencimiento y la persuasión por medio de la palabra”. Dos días después fueron trasladados a Momax, Zacatecas, y la mañana siguiente, sin ningún juicio, fueron fusilados en el patio de la presidencia municipal. Antes de ser ejecutado, el señor cura Magallanes distribuyó sus pertenencias entre los soldados del pelotón, dirigidos por el teniente Enrique Medina. Después ambos sacerdotes se dieron la absolución sacramental. El señor cura pidió permiso para decir lo siguiente: “Soy muerto inocente, perdono de corazón a los autores de mi muerte y pido a Dios que mi sangre sirva para la paz de los mexicanos desunidos”.
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