La Iglesia hace memoria hoy de San Andrés Dung-Lac (1795-1839) y sus 116 compañeros mártires, vietnamitas que fueron los primeros evangelizadores de Asia desde el siglo XV hasta el XIX. Entre ellos hay sacerdotes, religiosos y laicos de ambos sexos y de todas las clases sociales. Copio para la meditación unos párrafos del oficio de lectura en el que otro mártir, Pablo Le Bao Tinh, narra sus tribulaciones en 1843:
Yo, Pablo, encarcelado por el nombre de Cristo, os quiero explicar las tribulaciones en que me veo sumergido cada día, para que, enfervorizados en el amor a Dios, alabéis conmigo al Señor, porque es eterna su misericordia. Esta cárcel es un verdadero infierno: a los crueles suplicios de toda clase, como son grillos, cadenas de hierro y ataduras, hay que añadir el odio, las venganzas, las calumnias, palabras indecentes, peleas, actos perversos, juramentos injustos, maldiciones y, finalmente, angustias y tristeza. Pero Dios, que en otro tiempo libró a los tres jóvenes del horno de fuego, está siempre conmigo y me libra de estas tribulaciones y las convierte en dulzura, porque es eterna su misericordia. En medio de estos tormentos, que aterrorizarían a cualquiera, por la gracia de Dios estoy lleno de gozo y alegría, porque no estoy solo, sino que Cristo está conmigo.
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