La Iglesia recuerda hoy cuatro santos mártires a quienes se dedicó una Iglesia en Roma. Hay dos tradiciones, una según la cual se trata de San Severo, San Severino, San Carpóforo y San Victorino (+304), cuatro hermanos martirizados en las persecuciones del emperador Diocleciano. Dicho emperador ordenó ofrecer sacrificios a los dioses romanos, a lo que estos cuatro cristianos se negaron. Copio el testimonio de su martirio para la meditación:
Como se negaron a prestar juramento a los dioses, fueron llevados delante del ídolo de Esculapio y amenazados de muerte si no le rendían culto. Los cuatro gritaban: "¡Es un falso Dios!". Fueron azotados cruelmente, pero ellos continuaron gritando: "¡Nuestro Dios es Jesucristo!" Se los sometió a toda clase de tormentos. Y así, entregaron su vida. Diocleciano ordenó que sus cuerpos fuesen arrojados a la plaza, para que sirvieran de alimento a los perros. Afirma la tradición que transcurridos cinco días, ningún perro se les acercó, poniendo de manifiesto que los hombres eran más crueles que las bestias. Los cristianos, en secreto les dieron sepultura en una arenal. Sus restos están ahora en la iglesia que lleva el nombre de los Santos Coronados, en Roma.
La segunda tradición afirma que no fueron 4 sino 5, cuyos nombres fueron San Claudio, San Nicóstrato, San Sinforiano, San Castor y San Simplicio, escultores de profesión, quienes se negaron a esculpir una estatua del dios Esculapio. Diocleciano mandó que fuesen azotados hasta la muerte. Sus cuerpos se colocaron en cajones y arrojados al río. Posteriormente sus cadáveres fueron recuperados por los cristianos y enterrados en el mismo cementerio que los anteriores, donde se erigió una iglesia para su recuerdo.
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